Se largó a llorar desconsolada en cuánto comenzó su sesión.
_ “Hace dos días se murió mi gato más chiquito y yo tengo la culpa” dijo
Y los sollozos, hipos y mocos impidieron que hablara por un rato. Como pudo me fue contando que sabía que estaba enfermo, lo iba a llevar a la veterinaria a la mañana siguiente. Pero esa noche el gato lloró mucho y ella no se levantó. “Estaba muy cansada, y ahora es mi culpa, pobrecito” repetía una y otra vez. Desde hacía muchos años, vivía acompañada de seis gatos a los que alimentaba y cuidaba.
Con la desaprensión que corresponde a personas como yo, no amantes de los gatos tuve un pensamiento secreto: “Es solo un gato”, pero lógicamente sabiendo que para ella era un gran duelo, además con sentimientos de culpa y autorreproches. Se enojó con los veterinarios que le proponían sustituirlo “así como así” y no entendían nada.
Durante varias sesiones ese fue su tema obsesionante. Ese gatito había representado muchas cosas en su vida. Una y mil veces contó las circunstancias y detalles de la muerte, en forma minuciosa, como es habitual en los duelos, sintiéndose “una mala persona por haberlo abandonado” Al final de la tercera sesión, ya más calmada, cuando se despedía, me dijo:
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