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Por puro tedio

  • Foto del escritor: Graciela Haydée López
    Graciela Haydée López
  • 23 abr
  • 2 Min. de lectura
I


ban a cumplir 30 años de casados. A los 25 tuvieron problemas de salud. Ahora, los hijos ya autónomos, propusieron una fiesta, pero ella no aceptó. “Si querés hacemos un viaje” ofreció él, sin mucho entusiasmo.
Quedaron en silencio. Los espantaba pensar en pasar solos y juntos tantos días. Hacía mucho que no tenían nada para decirse. Casi nunca peleaban, más bien llevaban muchos años de educado hastío. Al menos en su casa, tenían otros recursos de autonomía ¡pero viajar! Ninguno se animó a hablar del tema y lo dejaron pasar, como habían hecho toda la vida. El aparente secreto de buena convivencia había sido “dejar pasar”
¿Y festejar qué? se dijo cada cual para sus adentros y se contestó a sí mismo, claro por tener una familia, que no es poco, pero.
Sin los hijos en casa y con ese número de aniversario, algo se sacudió.
Él esposo volvió a tener problemas con su úlcera. El médico le recomendó psicoterapia “pero ni loco” dijo él. La esposa tuvo una idea: “¿Y si te acompaño?”
Cuando ella me pidió hora, acepté la extraña propuesta. Él se iba a atender y ella lo acompañaba y entraba a la consulta como si fueran al médico clínico. Me causó ternura, y así empezaron, hablando de las dolencias corporales de él. Aún no sabían que el enfermito era el vínculo entre ellos.
Tenían 52 y 53 años en ese momento. Semana tras semana, despacio, pudieron hablar mucho de lo “no dicho” durante la vida. Se asombraron de lo que cada uno había resignado, se indignaron, lloraron, se enojaron y al final llegaron a una buena conclusión: El tácito proyecto había sido “formar una familia, tener hijos y educarlos”. Pero ese propósito había terminado. Con dolor descubrieron que no tenían otros intereses en común. “Ahora vivimos sin emoción” dijo él. Y ella reconoció, “No tenemos incentivo” Ambos se miraron cuando pregunté por el sexo. Coincidieron en que “Nunca fue la gran cosa”
Decidieron separarse amigablemente. En ese momento terminaron las sesiones y nos despedimos.
Con el tiempo, ella se mudó a un lindo departamento cerca de la facultad, porque decidió terminar su carrera. Y la terminó. Él formó una nueva pareja y disfrutó de hacer viajes. Me enteré, tantos años después porque ella, ahora abogada, me llamó para ver si yo podía atender a un cliente suyo.
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PD: La imagen es obra del dibujante Tute

 

 
 
 

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