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HIJA ÚNICA DE MADRE VIUDA

  • Foto del escritor: Graciela Haydée López
    Graciela Haydée López
  • 29 jul
  • 1 Min. de lectura
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La madre reclamaba a los hijos. Siempre fue hipocondríaca, pero con los años se agravó. Las visitas al médico fueron moneda corriente y tenian que llevarla, esperarla, comprar remedios y hacer por ella cualquier trámite. Tenía un modo insistente y quejumbroso que los hacía sentir agobiados y culposos. Oscilaban entre “pobre mamá” y “no la aguanto más” La mayor se casó y se fue a vivir afuera. Y pronto la siguieron los dos del medio, cada cual a un país diferente.

La hija menor quedó “atrapada”. Los hermanos mandaban buen dinero, y a veces llamaban. Le decían que eran “mañas de la vieja” ¿Pero si estaba realmente enferma? Una vez la encontró desmayada. Había tomado muchas pastillas “para bajar la presión” Otras veces no comía.

_ Mamá, te busco un psicólogo.

_ Yo no estoy loca.

 Nueve horas de oficina y de vuelta a casa. Algún novio que la dejó cuando se cansó del eterno “mamá sin mí no puede vivir”

Después de tantos años de médicos de urgencia y visitas a la guardia, taquicardias, intoxicaciones y descomposturas, la señora decidió internarse y vivir en un geriátrico. Ella sola tomó la decisión. Quería tener a mano médicos las 24 horas.

En vez de alivio, la hija sintió una extrañeza sin par. Iba casi todos los días a visitarla. No dormía bien y estaba angustiada.

Así llegó a la primera consulta, porque había descubierto a sus 44 años que no era “mamá no puede vivir sin mí” sino sobre todo al revés.

Mejoró y cambió, claro que sí, pero esa es otra historia.


 
 
 

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