A pesar de mi negativa, la madre insistió mucho en tener una entrevista conmigo, para hablar de su hija. Mi paciente dijo con sorna: “¡Recibila! ¿por qué no? ¡pero no le contás absolutamente nada de mí!”
Era una joven de 18 años, conflictuada por no poder enfrentar a su muy religiosa familia y contarles que era lesbiana y amaba a una chica. Su madre estaba “tras la pista” y por eso ella había resuelto tener dos diarios íntimos, uno real, en casa de su novia Y otro ficticio, que dejaba en su habitación donde revisaban sus cosas. En este segundo diario era una chica “normal” que hablaba de novios. Lo contaba divertida, pero eso solo escondía su angustia.
Finalmente vino la mamá e hizo lo imposible por sonsacarme información. Yo mantuve mi mejor “cara de póker” mientras le explicaba amable, que era el espacio privado de su hija, pero podíamos hablar de la familia y del vínculo con ella. Me dijo enojada:
_ “Ud. no me va a confundir, yo no necesito terapia, vengo como madre preocupada!
Me pidió con suspicacia que le mostrara mi título y mi matricula profesional, porque no estaban exhibidos en mi consultorio. Me insinuó que ella podía dejar de pagar el tratamiento, me advirtió, me sedujo, me imploró, me amenazó, me acusó de “cómplice” y también dijo que me iba a demandar.
Finalmente se quebró y se puso a llorar.
_ Lo siento, comenté, vuelvo a decirle que existe el secreto profesional.
Se fue llorando y muy enojada. Se negó a seguir pagando las sesiones de su hija. La chica dijo, decidida:
_ “Bancame un toque que me consigo un laburo” No parecía tan probable, pero valía la pena sostener a alguien con tanta decisión.
A las pocas semanas, llegó diciendo que había podido sincerarse con su abuela paterna.
_ “Mi nona es mucho más copada que mi vieja, me dio para que te pague todo”
Supe, muchos años después, que seguía en pareja con aquella novia.
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